jueves, 1 de abril de 2010

Evidentemente no podían darse cuenta de la velocidad que estaba emprendiendo aquel vuelo, definitivamente y por primera vez les estaba sacando de sus casillas.
Eso no lo podía permitir la joven y cándida chica de los molinos. La misma que había estado el verano encandilando a los jóvenes paseantes del puerto.
En fin, aquel encuentro se estaba convirtiendo en una farsa, ya que ellos eran unos frágiles pícaros.
Sin duda y sin preámbulos sabían lo que hacían. Sin dirigir palabra, como aquellos que callan rumiando en el timbre de sus palabras pensadas.
Que ellos sin duda, las escuchaban.

Los mismos timbres que se transforman en la palabra adecuada y en el momento oportuno, aquellos que los hombres de placer saben apreciar cuando les cae, como un rayo de luz, o una buena sonrisa, como las conversaciones del café que se hacen eternas y tan efímeras al mismo tiempo, que al pensar en el suspiro errante que formula el timbre nos llena de esa tensión sensorial, que hasta nos roba una lágrima, cuando aquellos tonos de Amor nos alumbran.

El mismo proyecto tenían en mente.

Simplemente se alejaban para reencontrarse siempre en el mismo espacio. A la misma hora, durante los mismos años y en los mismos puertos. Las personas no eran las mismas, sin embargo los hombres somos todos iguales, con nuestras proyecciones.
Eso no estaba a su alcance, ni un ápice de verdades oscuras que hicieran desvanecer aquellas tardes, noches, días. El tiempo nos reaparece. Ya no es ayer.

La chica volvió, el chico también.
Quizá habían estado en el mismo lugar, allá donde los pensamientos no recurren a la sentencia de un juez, sino a su propio castigo.

foto: Sol de Ibiza, junto árbol espinado de flores rosas '09

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